lunes, 7 de febrero de 2022

Escribir mis propios textos

 Hola a todos y todas:

Algunos que fuisteis mis alumnos sabéis que una de las cosas que hemos hecho es escribir nuestros propios textos. La colección de nuestros cuentos está en una de estas páginas del blog. 

Os animo a seguir escribiendo. Hoy voy a contar , a modo de ejemplo una pequeña historia, que puede ser real (algo que te ha pasado a tí) o en parte real y en parte inventada (autoficción) o inventada completamente y contada como si te hubiera pasado a tí.

Todo el mundo ha tenido alguna experiencia que quiera contar. Vamos a intentarlo.

LA MARCA  DE LA EXPERIENCIA

           Amada, como todos los días, esperaba en la puerta a la hora de la merienda. Tenía tres o cuatro años más que yo.

Puntual como un reloj, bajaba con mi pequeño bocadillo de jamón, restos de la última matanza que hicieron en el pueblo, antes de emigrar para la ciudad. en busca de un trabajo mejor y que mi madre se quitaba de la boca, para darme. Pero yo no lo comprendía. Vivía ajena a tales problemas, y bajaba la escalera como un cascabel, cantando, riendo y sobre todo feliz de encontrarme con mi amiga para compartir un ratito de juego.

En cuanto pisaba la calle, Amada me proponía jugar a saltar y, sin dudarlo me ponía rápidamente a ello mientras, mi amiga, se ofrecía diligentemente a sujetarme el bocadillo animándome a hacerlo, al mismo tiempo que se lo engullía. Yo, estaba tan entusiasmada, que no me daba cuenta y cuando ella acababa de comerse la merienda daba por finalizado el juego y se iba a su casa dejándome sola.

Ante mi insistencia de acompañarla a su casa, Amada me contaba la historia de que no podía llevarme porque, en el patio  había un pozo del cual salía una mano negra, que detectaba a niñas de mi edad y las agarraba metiéndolas dentro, sin que nadie pudiese salvarlas. Con mis cuatro añitos yo abría los ojos desmesuradamente y con cara de asombro y algo desilusionada, me conformaba y me subía a casa. No más de diez minutos duraba este encuentro, lo suficiente para el acto de comerse el bocadillo.

Cuando subía a casa mi madre me preguntaba si ya había comido el bocadillo y le decía que si, aunque no recordaba si lo había hecho o no ¡tan entretenida estaba jugando! Pero mi madre empezó a sospechar y una tarde bajó a la puerta y se escondió detrás de ella, observando cómo bajaba y en el mismo instante, dejaba el bocadillo en manos de Amada mientras le preguntaba ¿Y hoy a qué jugamos?.

En el momento en que vi a mi madre, que salía hecha una furia a quitarle el bocadillo a mi amiga y a mí me daba unos azotes, diciéndome a gritos que era tonta, payasa, ignorante, ingenua y a mi amiga los calificativos de sinvergüenza, aprovechada y similares, entendí que se habían burlado de mí y que nunca fue la amiga que pensaba y en la que confiaba con los ojos cerrados.

Fue tal el impacto que causó tal suceso en mi, que quedó grabado en la memoria no como una anécdota de chiquillos, sino como el poso de una desilusión.

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